La historia de un banilejo
cuento corto
cola
Con la taza de café en la mano, el viejo Cola, con una leve sonrisa en su rostro y, esa mirada de inocencia que le caracterizaba, silva cantando una canción de los días de su juventud, feliz de darle cada sorbo a aquella taza donde siempre tomaba café, porque aunque no sabía leer, todos les decían lo que ahí tenía apuntado, como él siempre dice.
Con pasos torpes va bailando, acercándose a la puerta de la casa canta.
- Despacito, ven y abraasame mi amoor que tengo fríooo,- se apoya en la puerta con la mano derecha- con ternura que mi cuerpo tiene sed de tu dulsuuuuaaaa.
La vecina le mira, como quien oculta un secreto y volteando la mirada entra para su casa inmediatamente, Cola deja de cantar aquella canción de Omar Franco que tanto le gustaba, sospecha que algo ha pasado y sobre todo que tenía que ver con él, porque era inocente e ingenuo, pero no un tonto.
- Algo aquí pasa carajo, y que yo no sepa de letra no quiere decir que sea tonto. ¡Burro sí, pero tonto no! - exclama.
Doña Fefa siempre sonríe cuando lo ve bailar torpemente, pero esta ves salió huyendo, por lo que sale fuera de aquella casita de madera pintada de azul, lleno de intriga y curiosidad. Frete a su casa, mira las escaleras que hacían llegar a abajo de la pequeña barranquita que estaba antes del río, pero las encontró lejos, así que se abalanza por la barranquita como un avión, lo poco del café que quedaba en la taza sale de esta y le mancha la camiza.
- No puede ser lola, ¡Coño no puede ser Lola! - grita enojado apretando fuerte la taza, con sus 72 años se le ve volar esa barranquita como si fuese un jovencito.
-Cálmese Cola - le dice un hombre mientras le pone la mano en el hombro para calmarlo.
- Estos malvados coño - le responde Cola mientras que le caen las lagrimas por sus ojos.
Con los ojos hondos, llorosos, no comprende cómo la gente puede ser tan mala, como alguien puede hacer un daño tan grande, quitarle el sustento a un anciano tan buena gente como él.
- Sólo quedaron las cenizas de mi vieja Lola - dice
- Cola, la vieja Lola se puede recuperar, podemos reunirnos todos y juntar dinero para hacer una nueva, pero el cadáver que encontramos muerto ahí no va a volver, le responde el hombre.
- ¿Pero qué carajo e que tu esta diciendo pepe? - Dice Cola sorprendido, atascando los ojos como si fuese una trucha.
Su cabeza da vueltas, no había visto el cuerpo, pero ya se imaginaba quién era, si los maleantes le quisieran hacer daño, solo había una persona en la vida que le importa más que su propia vida, incluso más que su vieja Lola. Aterrado se coloca frente a la cabeza tapada del cadáver, recitando oraciones que ni el mismo entendía que decía, con los ojos dando vueltas y mareado por los nervios quita la funda con la que habían tapado el cuerpo, al ver aquel cadáver sus rodillas pierden fuerzas, cae al suelo y colocando su mano en el rostro deja salir un llanto largo, la taza cae al suelo y rompe en muchos pedazos pequeños desaparecieron el mensaje que tenía grabado, salvo por un más grande que decía Att: tu nieta Luisa.
- Menos mal - dice cola con voz llorosa - gracia papá Dio.
- ¿Usted tampoco lo conoce? - pregunta Pepe.
- No - aclara Cola - pobre hombre, pero gracia le doy a papa Dio que no fue mi niña, mi querida Luisa, no la vi en la mañana y me preocupe.
- Con éso puede estar tranquilo viejo, el 911 debe estar al llegar, lo llamamos hace 10 minutos, tendrá que declarar a la policía, ya que la barca era suya.
- A mi no me importa declarar ni na, a mi sólo me importa saber de mi nieta Luisa que no la he visto hoy.
- Bueno Cola, yo le ayudo a buscarla - le dice sonriendo Pepe para darle tranquilidad.
- Gracia pepe - dice recogiendo los pedazos de la taza rota - hay mi nieta, no quiero que se me pierda en eta delincuencia que arropa Baní, mañana mismo la mando pa´ la capital.
Autor, Jean Carlos Tejada Tapia, Instagram @jcttpoesía y @fotohistoriard
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